La migración de la población a las ciudades es un hecho que comenzó con la revolución industrial y que no solo no se ha parado, sino que se espera que las ciudades existentes crezcan aún más y que aparezcan grandes nuevas ciudades. Este segundo nuevo y exponencial crecimiento demandará a esos futuros centros urbanos una maximización y expansión de sus infraestructuras más allá de sus capacidades.

Territorios, sobre todo en Latinoamérica, pero también en Europa, ya están planteando el crecimiento de estas ciudades a dos escalas, desde la vertebración de todo el territorio de cada nación, hasta el diseño y reparto de usos en cada una de las ciudades. Todo ello para conseguir que estas ciudades sean viables, puedan dar todos los servicios necesarios de un modo económico, optimizado, eficiente, salubre y medioambientalmente ecológico llegando a ser el máximo reflejo de una vida humana sostenible. En estos estudios y planteamientos están involucrados tanto empresas, como bancos, gobiernos, ciudadanos…

Para lograr esa máxima eficiencia que será necesaria si queremos llegar a la eficiencia y a la sostenibilidad, se ha acuñado el término Smart City.

No se trata de centrarse únicamente en operar recursos como los servicios de recogida de basuras, iluminación pública, hospitales… sino de lograr la máxima eficiencia en cada una de esas infraestructuras y servicios.

Al objeto de conseguir esa máxima eficiencia se está planteando una secuencia de tres pasos: monitorizar los datos en tiempo real, que esos datos estén ordenados de un modo adecuado y tomar decisiones en base a esos datos lo más rápidamente posible.

Dada la demanda de servicios que van a experimentar las ciudades, estos tres pasos deben sucederse sin que ninguno falle y esto sólo puede llevarse a cabo con la ayuda de la tecnología. Se trata de lo que hoy denominamos Internet de las Cosas.

Podemos disponer en las cosas un pequeño hardware económico con un chip conectado a internet y que tenga un bajo consumo energético. Este pequeño dispositivo puede actuar como sensor de captación de datos o como detonante de acciones. Ya los podemos encontrar en coches, televisores, smartphones, cámaras, tiendas…

El secreto está en cómo pedimos a la gran capacidad de computación que tiene la nube que nos de todos esos datos ordenados. Poder tomar decisiones que afecten a la eficiencia y sostenibilidad de la ciudad dependerá de esa manera de ordenar los datos.

Varios ejemplos de cómo el IoT se está aplicando a las Smart Cities:

– La colocación de sensores en los cubos de basura para hacer la recogida sólo cuando esos cubos están más llenos.

– Los detectores de personas en el alumbrado público para subir o bajar la intensidad de la luz y su consumo en función de la ocupación de la vía.

– La medición del consumo eléctrico para incentivar a las empresas u hogares que menos consuman.

– El control sobre la calidad del agua y del aire, midiendo parámetros biológicos y contaminantes para avisar a los ciudadanos o para restringir el tráfico o las emisiones de la industria.

– Las cámaras de visión artificial y los detectores de metales que detectan armas, robos, agresiones para tomar medidas disuasorias y aumentar la seguridad ciudadana.

Todos estos casos y más están basados en que debe haber algún dispositivo conectado a internet, que luego todos los datos sean ordenados y que haya un modo y criterios de tomar decisiones casi instantáneas en base a esos datos.

Cómo fomentar las Smart Cities y cómo incentivar esos desarrollos

Smart CitiesYa hay países y ciudades que proponen iniciativas. Incluso existen agencias internacionales que valoran la modernización de las ciudades según sus rankings, en los cuales asignan puntuaciones en función de parámetros, como por ejemplo si la ciudad dispone de tecnología para hacer los trámites administrativos on-line, o si la ciudadanía está formada en el uso de las TIC…

En cualquier caso, cada ciudad necesitará conservar su identidad, deberá enfocarse hacia el aspecto que le es característico y resolver sus propias necesidades. Así, no será igual el desarrollo Smart de una ciudad cuya principal actividad es el turismo frente a otra ciudad que se centre en el mundo empresarial, o en la minería, o en un puerto marítimo… Está claro que tendrán que desarrollar aplicaciones, protocolos y ordenar los datos de un modo distinto en cada ciudad.

Para ello, en este proceso de transformar a las ciudades en Smart, deben participar, colaborativamente, los residentes, la administración, los empresarios, todos ellos locales o, por lo menos, con influencia sobre esa ciudad. Porque son los que conocen las necesidades. Aunque siempre es bueno mirar las ideas, problemas y soluciones de otros lugares.

Hay dos modos de implementar esta colaboración: La primera opción es ser dirigidos por un gobierno o por un conglomerado de intereses… que indique cuáles son las líneas de desarrollo, presupuestar dicho proyecto, dotarlo y avanzar en esa línea. La segunda opción es dejar la mayor libertad posible para que puedan surgir planteamientos disrruptivos. Entre los dos planteamientos puede haber puntos intermedios. En ambos casos hay pros y contras, hay ineficiencias y hay agradables sorpresas. Cada ciudad tendrá que elegir su manera.

Una propuesta

Smart Cities

Parece razonable buscar un punto medio en la manera en que una ciudad debe plantear su desarrollo como Smart, de tal modo que haya una línea marcada con una agenda y temas organizados por el órgano de gestión y control que se haya creado, pero que permita cierta libertad favoreciendo la aparición de disrupciones trasformadoras.

En cualquier caso, sea cual sea el modelo, será necesario un entorno de colaboración que lo da la tecnología. Se trata de abordar una plataforma en la nube accesible a cualquiera desde dispositivos estándar como smartphone, tablet y PC. Los desarrollos y aplicaciones que se cuelguen en esa plataforma necesitan cumplir que los datos recabados con esas aplicaciones sean posibles de ordenar de tal modo que permitan la toma inmediata de decisiones, en tiempo real y que afecten a la eficiencia de los recursos de la ciudad.

En mi opinión, cualquiera que cumpla con esas condiciones debiera tener permiso para subir aplicaciones y desarrollos a la plataforma, lo cual puede favorecer nuevos modelos de negocio y convivencia a la vez que colaborar en la eficiencia de la ciudad.

Pero está claro que, una excesiva dispersión puede ser contraproducente, por lo que debieran acotarse los campos de desarrollo, por ejemplo proponiendo temas como la gestión del tráfico, el ahorro energético, el fomento y mejora del turismo, la gestión del agua, la agenda cultural…

Así aparecerán pequeñas aplicaciones de un negocio, cuyos datos ayudan a la ciudad a organizarse de un modo más óptimo. Pero también pueden aparecer aplicaciones específicas de una gran empresa como la de recogida de basuras.

La prudencia

El gran problema de IoT es la seguridad. Los piratas informáticos son una realidad y nos hacen tomar consciencia de que estar conectado no siempre resuelve cualquier problema. Por ello la prudencia obliga a que todos estos procesos en los que se recaban datos de personas deban desarrollarse bajo parámetros de seguridad prioritarios, monitorizando todas las acciones, con transparencia, midiendo riesgos y minimizándolos.