La impresión 3D redibuja la industria alimentaria

Minipizza de boletus con tomate y queso, o terrina de foie y pan de especias, son algunos de los platos que se pueden degustar en Food Ink, el primer restaurante de impresión 3D del mundo. En España no nos quedamos atrás, y Foodini ya es la primera impresora 3D de comida made in Spain. ¿Cómo evolucionará este sector?

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Lo que comenzó como una técnica pensada para proporcionar alimentos a los astronautas de la NASA, ha dado ya el salto a restaurantes y alta cocina pero, ¿se quedará ahí, o llegará a nuestras cocinas?

Por ahora, las impresoras 3D son ya capaces de imprimir diferentes variantes de alimentos, con unos cinco cartuchos de tinta alimenticia. Pero las posibilidades en un futuro próximo serán más amplias.

La mayoría de las impresoras 3D actuales solo son capaces de trabajar con elementos líquidos ya cocinados, como purés, zumos y alimentos triturados.

Pero dentro de unos años, parece que podrán imprimir comida perfectamente lista para su consumo, incluyendo, por ejemplo, carne.

Si su uso llegara a generalizarse, trastocaría por completo no solo la forma de consumir, sino también la logística, el aprovisionamiento de comida y toda la industria agroalimentaria.

El camino a la personalización de la comida

El futuro de las empresas será conseguir pasar del marketing tradicional al consumering, o lo que es lo mismo, crear un producto específico para cada consumidor, personalizándolo en función de sus necesidades o su código genético.

La impresión 3D redibuja la industria alimentariaA día de hoy ya existen neveras inteligentes que avisan cuando un alimento concreto empieza a escasear.

En un futuro serán las propias máquinas las que se encarguen de adquirir los productos, y nos podremos ahorrar el trámite de hacer la lista de la compra e ir nosotros mismos al supermercado.

La impresión 3D también supondrá un respiro para la sostenibilidad ambiental.

A día de hoy, el 70% del agua consumida en el mundo va destinada al ganado, que a su vez incide directamente en las emisiones de CO2 a la atmósfera.

Las nuevas técnicas de impresión 3D de alimentos permitirán saltarse todos esos procesos, asegurando el cuidado del medio ambiente.

Otras nuevas tecnologías que entran en las cocinas

Gracias a la aplicación de la tecnología comemos alimentos fuera de temporada o con garantías sanitarias. Pero tecnificación no es sinónimo de digitalización, donde aún hay mucho margen.

Avanzar en esta digitalización es uno de los retos de una industria que ve cómo distribución y producción han iniciado ya este camino sin retorno, pero que aún necesita un empujón en cuanto a fabricación se refiere.

Uno de los primeros en darse cuenta ha sido Campofrío Food Group. Cuando la compañía afrontó la reconstrucción de su planta de Burgos, destruida por un incendio en 2014, apostó por una fábrica inteligente, que permite conectar máquinas, dispositivos, sensores y personas en tiempo real.

El Big Data o la utilización de robots ya están cambiando el tradicional modelo de negocio de la industria alimentaria.

El análisis de los datos mejorará la producción, incluso permitirá la personalización de los productos.

Por ejemplo, Tetra Pak ya conoce dónde han sido fabricados todos sus envases, el uso que se ha dado de ellos y en qué balda de qué supermercado puede encontrarlos el consumidor.

Por su parte, los robots que se están implantando en las fábricas 4.0 son capaces de controlar la temperatura en las fábricas, reducir las horas de exposición a la luz artificial, o eliminar el riesgo de que cualquier bacteria entre en contacto con los alimentos, por poner algunos ejemplos.

Los drones ya fumigan explotaciones agrarias, haciendo que los campos sean más rentables y seguros, y los Smartphones y tablets envían órdenes de riego sólo cuando es necesario, lo que permite un considerable ahorro de agua.

En definitiva, la implantación de herramientas digitales en la industria tiene un impacto de hasta un 20% en ahorro de costes. Y podría ascender al 50% si se pusieran en marcha todos los avances disponibles.

Fuente Cinco Días