En 2023 se han cumplido diez años del lanzamiento de Sindelantal, la primera web que permitía pedir comida de restaurantes a casa. Desde entonces, los españoles han pasado de hacer pedidos muy puntuales a realizar una media de 14 al año, según un estudio de Kantar.
Por otra parte, además de los hábitos de consumo, la irrupción del delivery ha modificado el paisaje urbano: no solo hay repartidores con mochilas de colores en cada ciudad, sino que han surgido numerosas cocinas fantasma.
A nivel económico, durante la última década ha habido un chorreo de capital riesgo en el sector, que a su vez ha originado una guerra entre empresas por ver quién se hacía con más cuota de mercado. Solo en Europa, según datos recopilados por la plataforma de datos sobre ‘start-ups’ Dealroom, las empresas de reparto de comida recibieron 6.000 millones de euros de financiación entre 2016 y 2020. La inversión se disparó en 2021 hasta los 6.200 millones. Pero la inflación, la subida de los tipos de interés y la rebaja de las expectativas económicas motivaron que la cantidad invertida cayera un 12%.
CAMBIOS LEGISLATIVOS
España, por otro lado, ha introducido cambios legislativos que regulan las condiciones laborales de los repartidores. La ley rider en 2021, sumada a la caída de la inversión, están ajustando un mercado en el que solo aguantan los más fuertes. Las últimas empresas en caer en nuestro país han sido Getir y Gorillas. Ambas empresas vinieron a revolucionar el ‘quick commerce’ (entregas ultrarrápidas) pero no duraron ni un año.
Al negocio del delivery le cuesta ser rentable, aunque para Just Eat en España llegó a serlo: en 2018 la empresa declaró 2,4 millones de euros de beneficio. La compañía holandesa llevaba más tiempo funcionando que el resto y había adquirido mayor cuota de mercado. En aquel momento, además, aún no contaba con repartidores en plantilla, con el consiguiente ahorro en costes laborales. A nivel global, sus acciones llegaron a valer más de 100 euros pero actualmente apenas superan los 10. La compra de la estadounidense GrubHub ha incrementado su deuda.
Glovo aún no ha alcanzado la rentabilidad. En 2022, según el informe anual de Delivery Hero, la empresa hizo ventas por valor de 970 millones y sus pérdidas ascendieron a 412 millones. Uber Eats, línea de negocio de Uber, no presenta cuentas en España, si bien a nivel global su EBITDA ya es positivo: 329 millones de dólares en el tercer trimestre de 2023.
Gorillas, empresa fundada en Alemania en 2020 y con un modelo de negocio similar, llegó a nuestro país en junio de 2021. Abrió en las principales ciudades, contrató a más de 2.000 repartidores, repartió centenares de cupones descuento y en mayo de 2022 anunció su retirada. Sucedió en dos actos: primero dijo que reducía el número de almacenes para ser más eficiente; tres meses después estaba fuera. La premisa de ambas empresas, que siguen presentes en mercados como Londres, Alemania, Francia y Ámsterdam, era llevar al cliente la compra en menos de 10 minutos. La carrera por la velocidad y la variedad de las entregas -ya no es solo comida a domicilio: también productos de supermercados, parafarmacias y todo lo que uno desee- es comparable a la carrera por conquistar mercado.
DESPROFESIONALIZACIÓN
En primer lugar, ya no era una lista de restaurantes que servían comida a domicilio, sino que permitía a los clientes pedir cualquier cosa a través de un chat (la famosa función de la varita mágica). En segundo, Glovo desprofesionalizaba el reparto. Al menos en teoría. La aplicación empezó vendiéndose como un marketplace que conectaba a ciudadanos que querían pedir algo con otros con tiempo libre que, para sacarse un dinero extra, recogían y llevaban el paquete en moto o bici.
La empresa empezó pagando a estos repartidores informales 3,75 euros por envío. Para cobrarlos era necesario darse de alta como autónomo. En paralelo, Glovo fue captando rondas de inversión que le permitieron expandirse: a más ciudades, con más repartidores y más márketing para llegar a más clientes. En 2017 dio entrada a los fondos internacionales Rakuten y Cathay Ventures, con los que cerró una ronda de 28,5 millones y alcanzó una valoración de 70 millones.
Por aquel entonces el sector ya bullía en España: había entrado la plataforma británica Deliveroo y el gigante Uber había puesto en marcha Uber Eats. Ambas operaban igual que Glovo: a base de repartidores autónomos con grandes mochilas coloridas que cobraban por pedido.
FALSOS AUTÓNOMOS
En definitiva, las aplicaciones premiaban a los repartidores más activos y conectados en las horas de mayor demanda, al tiempo que penalizaban a quienes cancelaran pedidos. Su funcionamiento -más cercano a una relación entre empresa y asalariados que a la pretendida flexibilidad- motivó que la Inspección de Trabajo tomara cartas en el asunto. A finales de 2017, el organismo emitió un primer expediente contra Deliveroo concluyendo que sus repartidores eran trabajadores, no autónomos. Después llegaron las resoluciones judiciales, la primera condena del Tribunal Supremo contra Glovo y la ley rider, que desde su entrada en vigor en agosto de 2021 obliga a las empresas a contratar a los repartidores.
«Ahora mismo hay una mezcla muy loca», afirma tajante Fernando García, presidente del comité de empresa de Glovo. «Con la ley rider, una parte del sector cambió y la otra no. Glovo laboralizó una parte del negocio y ahora somos unos mil repartidores contratados. Estamos mejor que antes porque tenemos nómina, vacaciones y esas cosas del siglo XXI, aunque la situación sigue siendo mejorable y estamos negociando un plan de incentivos. Pero los repartidores que no están contratados están peor que antes porque la empresa reformuló el sistema. A Uber Eats le pasó algo parecido: laboralizaron a todo el mundo, pero como Glovo no lo hacían una parte volvió al modelo de autónomos. Otros están en subcontratas».
Fuente: Elperiodico.com