Las facilidades que ofrecen las aplicaciones tecnológicas y el impulso de crecimiento acelerado por la pandemia han elevado la demanda de los servicios de entrega ultrarrápida en las ciudades generando una guerra de precios que ya se ha visto reflejada en la salida de varios operadores, la proliferación de vehículos de reparto, así como en una incipiente escasez de ‘riders’ para un creciente volumen de pedidos.
La lista de entradas y salidas de compañías de reparto en el mercado español suma nombres como Deliveroo, Dija o Gorillas y la entrada en vigor hace un año de la ‘Ley Rider’ ha derivado en un conflicto de competencia entre las marcas que se han adaptado a la normativa como Just Eat o Uber Eats y otras como Glovo, acusada de burlar la legislación.
En este contexto, una startup española se ofrece como solución sostenible al exceso de demanda de reparto a domicilio en el centro de las ciudades mediante la contratación de sus flotas de robots autónomos. Como explica Carlos Ortiz, responsable de Operaciones de Goggo Network y ex consejero delegado de la cadena de restauración Aloha Poke, al El Economista: «hay una demanda creciente a domicilio, no solo de comida, sino de ropa, medicamentos y otros productos para los que no hay suficiente oferta de soluciones de reparto, ya sean mediante riders o empresas de paquetería. Ante esto, nosotros ofrecemos una flota de robots compartidos capaces de repartir desde un pedido de una plataforma a otro de un supermercado en el mismo trayecto».
Cabe recordar que los impulsores de la firma recibieron a finales de 2019 una inversión inicial de serie A de 44 millones de euros por parte de SoftBank y Axel Springer Digital Ventures para el desarrollo de sus pruebas piloto en ciudades sobre el comportamiento de los robots que conforman su flota agnóstica. Un término que emplean para aclarar que ellos no son fabricantes. «Trabajamos con diferentes productores a los que compramos o alquilamos los robots, lo que nos da libertad para adaptarnos a diferentes formatos y tamaños de reparto en función de los servicios contratados y las normativas de los diferentes ayuntamientos», explica Ortiz.
Como un carrito de bebé
En concreto las unidades, de unos 50 kilos de peso y unas dimensiones menores a las de un carrito de bebé, circulan a una velocidad de 5 km/h por las aceras y están dotadas de sensores de geolocalización y hasta siete cámaras con visión 360º para esquivar posibles obstáculos y avisar de su presencia a los peatones. Los robots están constantemente conectados a una estación telemática donde un operador puede tomar el mando en el caso de circular por zonas de reparto con especiales dificultades. Al finalizar sus jornadas de reparto, estas unidades, que tiene un radio de acción de un kilómetro y medio, se trasladan a diferentes estaciones donde pasan la noche.
La operativa es sencilla, según explica Sara Nicolás, responsable de Desarrollo de Negocio de la firma: «El robot recibe orden de ir a recoger un pedido a un punto. El comercio o restaurante, a su vez, es avisado cuando llega para introducir la carga siempre con supervisión. Finalmente, el cliente recibe otro aviso para recoger en la calle su pedido, mediante un código de móvil o escaneando un QR en los sensores del robot».
Además, la fórmula de Goggo es una solución a los problemas de precariedad y conflictividad laboral dentro del sector de reparto a domicilio, según recuerdan sus responsables. «Por cada robot que ponemos en la calle», recalca Sara Nicolás, «se crean varios puestos de trabajo directos, de calidad y cualificados, ya que estos dispositivos requieren de mantenimiento técnico, supervisión por control remoto, desarrollo de software y reparación y limpieza; sin olvidar el del personal que debe interactuar con los robots dentro de las cadenas de distribución o empresas de delivery que contraten nuestras flotas».
Tras haber realizado una prueba piloto con Glovo en el madrileño barrio de Salamanca, la empresa trabaja para su lanzamiento en los próximos tres meses en dos grandes ciudades con cuyos ayuntamientos ya han establecido acuerdos.
Fuente: El economista