El perfeccionismo, también llamado trastorno de la personalidad “anancástica”, es una de las patologías más extendidas en el ámbito profesional, y en ocasiones entre profesionales de alta valía. El término “anancástica” viene de la diosa Ananké, de la mitología griega. Representa la necesidad y la compulsión. Ananké siempre estuvo entrelazada con su compañero Cronos (dios del tiempo), guiando la rotación de los cielos y el interminable paso del tiempo. Necesidad y tiempo son la suma de la inevitable búsqueda de la perfección, y a esto se refiere la personalidad anancástica.
El perfeccionista tiene un nivel de exigencia excesivamente alto consigo mismo y con los demás. Ello conlleva la tendencia a juzgar, y juzgarse, de acuerdo con elevados patrones y con el resultado negativo que cabría esperar con dichos estándares. Los perfeccionistas son jueces implacables con otras personas, y sobre todo consigo mismas.
Luis Huete, profesor de IESE Business School analiza las claves sobre cómo abordar y atajar el perfeccionismo disfuncional. Clic para tuitearEstas conductas se sustentan en la creencia de que se puede alcanzar la perfección y cualquier cosa que esté por debajo de ese baremo “no es aceptable”. Como decía el guionista Robert Bolt, “una creencia no es simplemente una idea que la mente posee. Es una idea que posee a la mente.” Las ideas se tienen; en las creencias se vive.
Un perfeccionista no contempla fácilmente posturas intermedias y considera que las cosas o se hacen bien, o no se hacen. Esos estándares tan exigentes impiden disfrutar de muchos momentos de la vida cotidiana al no cumplir con los estándares prefijados. El resultado es la consiguiente frustración al no alcanzarse, de manera cotidiana, los parámetros de perfección autoimpuestos. La química interna del cuerpo humano responde de igual manera, no importa si se enfrenta a un pensamiento que produce ansiedad o a un animal hambriento que intenta acabar con nuestra vida. En cualquiera de los dos casos el cuerpo produce un chute de adrenalina y cortisol situando a la persona en “modo estrés” y generando una visión de túnel que impide ver el conjunto de elementos relevantes para salir de la situación.
Algunas recomendaciones para atajar el perfeccionismo
La clave para hacer frente al perfeccionismos está, como siempre, en el interior de las personas. Para ganar esas batallas quizá hará falta un especialista que realice un acompañamiento si el grado del perfeccionismo estuviera avanzado.
La batalla interior tiene como objetivo reajustar las reglas mentales a través de las cuales se evalúa la realidad para lograr:
- Aprender a valorar y querer a los demás, y a uno mismo, con las imperfecciones propias de la naturaleza humana.
- Desarrollar una sana confianza en uno mismo.
- Hacer que la aprobación de otros tenga menos influencia en la valoración que se hace sobre uno mismo.
Para derrotar al perfeccionismo hay que poner el foco de la mirada más en las personas y menos en las tareas; la interpretación que se hace de la realidad ha de ser más benigna con uno y con los demás; el humor en el que uno se instala ha de proporcionar energía positiva; los estándares con los que se opera han de ser razonables; y, por último, se han de desarrollar hábitos que favorezcan la integración con los demás, no aquellos otros que generen barreras innecesarias.
También puede ser de utilidad alguno de estos otros consejos:
- Agendar tiempo destinado al descanso para recargar energías.
- Aprender a quererse por lo que se es y no por lo que se hace, o lo que otros ven en uno.
- Sustituir el “tengo que” por el “quiero”. Buscar hacer las cosas bien y ser feliz; no la perfección por la perfección.
- Tomarse las críticas, que siempre se acabarán recibiendo, como una oportunidad de mejora.
- Poner más corazón en las relaciones y priorizar a las personas sobre las tareas.
- Acallar al crítico interior. Ver con objetividad y compasión aquellos aspectos de uno que pueden necesitar más trabajo y que todavía pueden mejorar.
- Fomentar las relaciones personales para compartir inquietudes. Esto ayudará también a redimensionar los problemas.
- Forzarse a pasar a la acción sin esperar a que se den las condiciones perfectas para empezar, aceptando los errores como aprendizaje.
- Vivir en el presente, no en el pasado o en el futuro.
- Dejar de rumiar pensamientos negativos. Los expertos en psicología llaman “rumiar” al acto de pensar de forma repetitiva en algo, ya que se parece a la regurgitación parcial del alimento que realizan los rumiantes como forma de digestión. Cada vez que rumiamos nos dedicamos a masticar algo que ya fue parcialmente tragado.
- Identificar el 20% de las tareas que generan el 80% de los resultados e invertir en ellas las principales energías.
- Dar más a menudo las gracias a los demás y acostumbrarse a dar refuerzos positivos por las cosas que los demás hacen por uno.
- Encontrar entornos en donde uno se sienta querido incondicionalmente, sin necesidad de ser perfecto.
Tomar conciencia del problema es ya el primer paso para que un perfeccionista pueda reducir su predisposición a actuar de manera disfuncional. En el trayecto de reeducar al perfeccionista se tendrán que emplear los cuatro ingredientes del cambio en las personas: deseo fuerte, acompañamiento inteligente, técnica y disciplina.
Nadie suelta un amarre emocional si no encuentra un sustitutivo. Para contrarrestar la seguridad que proporciona la “perfección”, los perfeccionistas han de buscar otras fuentes con las que alimentar ese mismo deseo. Una posibilidad es cultivar el hábito de la excelencia, donde lo humano y la tarea se entrelazan, y donde el acento está en la riqueza y el crecimiento interior.
Un perfeccionista deja de sufrir las sombra de su patología cuando desarrolla un corazón inteligente, pone su energía en sacar adelante tanto el trabajo como a las personas con los recursos de los que dispone, y cuando se obliga a disfrutar de la vida con sus condicionantes. Soltar kilos de perfeccionismo ayuda a caminar con garbo por las sendas de la plenitud humana.