Algo debe cambiar para que todo siga igual
Giuseppe Tomasi di Lampedusa

Felipe está asombrado por la facilidad con la que está discurriendo la fusión entre las dos compañías. Al asumir la Dirección General del grupo resultante, experimentó emociones encontradas. Por una parte, la satisfacción por la posición alcanzada. Pero también un cierto temor ante las previsibles reacciones adversas por parte de los directivos y empleados de la compañía absorbida.

Comunicador Bombero y Comunicador Científico

La empresa de la que procede era relativamente pequeña en tamaño, pero con un modelo de negocio muy innovador y unos resultados excelentes. El paso siguiente era crecer. Y el modo más rápido de hacerlo era iniciar un proceso de fusión por absorción con alguna de las empresas “clásicas” del sector, mayores en tamaño, pero con un precio asequible.

La coyuntura económica permitió “salir de rebajas” y encontrar una oportunidad realmente atractiva. La negociación a nivel corporativo había discurrido muy bien, pero ahora venía el verdadero reto: la integración de equipos y de culturas. Partían de las antípodas, pero confiaba en el plan de comunicación que habían preparado concienzudamente. Felipe es de los que piensan que el plan de comunicación forma parte del proyecto mismo de cambio, y que no es una buena política elaborarlo sobre la marcha, a medida que se va generando la demanda de información entre los grupos afectados por el cambio. Frente al “comunicador bombero”, que va apagando fuegos, él prefiere al comunicador sistemático y previsor, que procura anticipar esa demanda de un modo proactivo.

Un preocupante silencio

En este caso, la sorpresa salta precisamente ante la falta de reacción por parte de los diferentes grupos de interés. Parece que las explicaciones aportadas en las primeras acciones de comunicación han sido suficientes, y que no será necesario desarrollar íntegramente el plan. Esta aceptación tan pacífica inquieta a Felipe. Piensa en su propia experiencia doméstica: cuando los niños alborotan, dentro de unos límites, todo discurre con normalidad. Las alarmas se encienden precisamente en el momento en que no se les oye. Es entonces cuando urge ir a ver qué pasa.

Por su experiencia, la resistencia ante el cambio es una reacción normal y previsible. Lo ingenuo es pensar que un cambio que aporta ventajas para muchos va a ser aceptado por todos. Es lógico que, quienes se ven implicados en ese proceso, muestren sus reticencias hasta que no tienen garantías de que su posición saldrá beneficiada por el cambio. O, al menos, que se reducirán al máximo los inconvenientes que se deriven para ellos.

Felipe no sabe si esta calma es la tranquilidad que precede a la tormenta, o si se está enfrentando a una reacción más sofisticada y compleja de lo que había previsto. Una posible explicación es que la empresa absorbida ha experimentado en el pasado otros procesos de fusión, por lo que ya están habituados a situaciones semejantes. A pesar de todo, preferiría encontrar algo más de oposición ante la implantación de la nueva estructura organizativa y la redefinición de no pocos procesos.

La historia de Sicilia

Poco a poco, Felipe va recordando un relato que guarda algunos parecidos con los sucesos a los que se enfrenta. La acción discurre en Sicilia, la mayor isla del Mediterráneo. Por su posición estratégica al sur de la península itálica, este territorio ha dominado históricamente las vías de navegación en el Mare Nostrum. Esta ventaja le ha supuesto ser objeto de deseo para todas las civilizaciones que, sucesivamente, han alcanzado una posición de dominio en el gran escenario compartido que conforma el Mediterráneo. De hecho, Felipe guarda muy buenos recuerdos de sus viajes a Sicilia, no sólo por los maravillosos paisajes de la isla, sino también por la riqueza de sus restos arqueológicos: Griegos, Romanos, Árabes, fenicios, franceses, españoles…, son muchos los pueblos que han dejado allí su huella.

En uno de sus viajes, al contemplar el mar desde las montañas que rodean Siracusa, se imaginó a los sicilianos antiguos divisando desde ese mismo lugar las sucesivas oleadas de invasiones que ha sufrido la isla. Ante ese espectáculo, podrían haber adoptado varias estrategias. La primera, empuñar sus armas y oponerse a los extranjeros. Si esta hubiese sido su reacción, hoy Sicilia sería una tierra de mestizaje sin rastro de su cultura tradicional. El invasor, por definición, es más fuerte, y en ocasiones no vale la pena enfrentarse abiertamente a él. Los sicilianos, pueblo sabio, prefirieron recibir de modo pacífico a cada nueva oleada de ejércitos dominadores.

Los nuevos gobernantes imponen al llegar sus propias normas e instituciones, que son aceptadas formalmente por los habitantes de la isla. Sin embargo, si un siciliano tiene un conflicto con otro siciliano, procuran no recurrir a los tribunales del invasor. Prefieren resolver su disputa de acuerdo con las normas tradicionales que han regido la vida en la isla durante siglos. Coexisten simultáneamente dos sistemas de normas: unas, formalmente promulgadas; y otras, en background, que rigen de hecho la mayor parte de las relaciones entre los habitantes de la isla. A ese conjunto de normas e instituciones que sobrevivían a cada generación de invasores se le llamó Mafia.

De hecho, la Mafia en su origen no era una organización delictiva. Pero como suele ocurrir con toda forma de poder no sujeta a control, finalmente se pervirtió. Buena lección de la historia, pensó Felipe. Una lección aplicable a algunas de las organizaciones en las que había trabajado, donde había “mafias” (en el mejor sentido de la palabra), es decir, formas de relación internas que se mantenían a lo largo del tiempo, con independencia de lo que ocurriera a nivel corporativo o gerencial.

El Gatopardo

El relato que viene ahora a la memoria de Felipe lo leyó en Il Gattopardo, la célebre novela de Lampedusa. Narra las peripecias de una familia en el marco de un nuevo cambio que afronta Sicilia a finales del siglo XIX. En este caso, quien desembarca es Garibaldi con sus ideas revolucionarias. La aristocracia local ve amenazada su posición de poder. En este contexto, Don Frabrizio, patriarca de una familia tradicional siciliana, pronuncia la célebre frase: “Algo debe cambiar para que todo siga igual”. El mejor modo de mantener, al menos en parte, las propias costumbres, es ceder aparentemente ante las que quiere imponer el nuevo gobernante. De ese modo, las relaciones que no estén sujetas directamente a su control se podrán regular del modo en el que lo han estado siempre.

Felipe piensa que muchas veces la aceptación de una nueva cultura puede reproducir el modelo que describe Lampedusa. Se evitan los enfrentamientos, de los que no se deriva ninguna ventaja, pero se mantiene al mismo tiempo todo lo que se pueda del tradicional estilo de trabajo. No se puede actuar sobre lo que no está dentro de nuestro campo de observación. Y si el propósito de perpetuar pautas de comportamiento profesional propias de otros tiempos no llega a aflorar, difícilmente se podrá trabajar para cambiarlas.

De pronto se le ocurre que tendrá que modificar su plan de comunicación. Los miembros de la empresa absorbida ya han oído todo lo que les interesaba escuchar, Ahora llega el momento de prestar atención a todo lo que le tienen que decir. Es probable que el proceso de comunicación sea progresivo. La verdad sobre sus auténticas expectativas y temores aparecerán poco a poco, en la medida en que se genere un clima de confianza.

En todo caso, lo que Felipe tiene claro es que el cambio será efectivo en la medida en que llegue a la “mafia”, es decir, a las formas reales en las que personas con mucha antigüedad en la empresa se han relacionado a lo largo del tiempo, en una dilatada historia de fusiones y cambios en la propiedad.

Si la nueva estrategia triunfa, si realmente logra que el cambio cale hondo en todos los niveles de la nueva organización, si consigue complicidades y aliados entre quienes ahora contemplan a los nuevos propietarios como unos advenedizos, Felipe se ha propuesto patentar su modelo de “comunicación a la siciliana”.