En un futuro ya pasado, ‘Esfera’, reputado ponente de las tierras “tridimensionales”, impartía un seminario sobre asuntos que, versando sobre el volumen y la capacidad de transporte de líquidos de los cuerpos tridimensionales, tenía embelesada a la parroquia.
Los asistentes, todos ellos ‘círculos’ de las empresas más reputadas de “Planilandía” (originarios de las tierras bidimensionales), se mostraban entusiasmados ante la posibilidad de desarrollo de una tercera habilidad (‘liderazgo’ la denominaban); habilidad que les permitiera mejorar sus posibilidades de transporte de fluidos.
Su condición de seres bidimensionales limitaba sobremanera su capacidad de acarrear líquidos. Empaparse era su única opción (“transporte por ósmosis” lo llamaban).
Esfera, relataba, una y otra vez, las bondades de su condición; las ventajas de poseer aquella tercera dimensión, para los que solo conocían de dos, se ofrecían impresionantes. Como experto ponente, se valía de todo tipo de apoyos didácticos: vídeos, historias de dificultad en las que a su pesar todo fue posible, discusión de casos prácticos, notas técnicas, mecánicas de gamificación… Su arsenal formativo se anunciaba de lo más impactante y sobresaliente.
Aprendieron a calcular y valorar todo tipo de particularidades y situaciones: el volumen de una esfera; el peso que podrían soportar en función de su grado de ‘resiliencia’–condicionada por la ‘piel’ que les recubría así como por las distintas densidades del posible fluido incorporado-; las bondades de moverse sin la necesidad de guardar el debido equilibrio –en Planilandia, todo círculo que se encontrara en posición de reposo, necesitaba de apoyos que devenían innecesarios en el caso de las esferas- ; así como los inconvenientes ocasionados por el continuo desplazamiento de su centro de gravedad cuando no se mostraban plenos de líquido -en ocasiones, su vaivén, siendo insoportable, ponía en entredicho la gobernabilidad de su movimiento-.
Todo lo calcularon, todo lo entendieron, todo lo analizaron, y todo lo discutieron; la satisfacción, generalizada; el entretenimiento, conseguido; el aprendizaje, corroborado por el respectivo examen.
El seminario, siendo valorado por los asistentes como de excelente, se había concretado como el mejor de los impartidos hasta ese momento en centro formativo tan reconocido. Tridimedia Business School, se llamaba.
Pero más tarde, cuando los “círculos”, exultantes con el diploma y conocimiento adquirido, se incorporaron de nuevo a sus empresas dispuestos a aplicar lo aprendido, se percataron de que con entender no era suficiente.
Sin un entrenamiento previo en el logro de la tercera dimensión (la del liderazgo), todo lo sabido se mostraba como inútil y falto del más elemental de los realismos. Cuando, en la necesidad de transporte de agua, trataban de aplicar lo tratado, llenando para ello sus cuerpos bidimensionales, la frustración se concretaba de la forma más cruel. Una vez humedecidos, su capacidad seguía siendo la misma; el líquido, superada la fase de puro “empapado”, rebosaba y se perdía a su alrededor formando pequeños regueros del mismo. Tanto esfuerzo intelectual desmerecido por la fuerza de los hechos.
Los círculos, quejosos, reclamaban de su día a día particular aquello que el aula no les había sabido propiciar ni desarrollar. El conocimiento, poseyéndolo, se mostraba insuficiente; la tercera dimensión se anunciaba necesitada de un roce y puesta en práctica que el aula, de naturaleza bidimensional, no había podido simular.
Entender y sentir se mostraban como dos dimensiones que, alejada la una de la otra, se veían impedidas de que lo aprendido en una de ellas se pudiera extrapolar a la otra sin más.
Para liderar con garantías, se requiere, además de conocimiento intelectual y emocional, de carácter adecuado; condición que por su naturaleza tridimensional no podía ser desarrollada en un mundo que solo se expresaba en dos de ellas.
El aula no se puede enseñorear de una característica que resulta opaca a sus intereses y posibilidades. El liderazgo, necesita de la acción, y eso el solo entendimiento jamás lo propiciará.