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El cerebro humano es ese gran desconocido, por lo que no tengo muy clara cuál es la razón por la que ayer me vino a la cabeza una “noticia” de esos reyes del absurdo y de la provocación que son “El mundo today” respecto al procés catalán, en su momento de mayor intensidad, que decía literalmente “Los catalanes, exhaustos tras vivir la 176ª jornada histórica del año”.

Más allá del significado, me quedo con el titular, y lo enlazo con la gran cantidad de noticias que estamos recibiendo relacionadas con los extraordinarios avances tecnológicos en tantísimas áreas y sus implicaciones sobre la sociedad en general, y, a los que, sí, lo reconozco, asisto un poco exhausto.

No quiero dar el punto de vista de persona superada por las evoluciones tecnológicas, y completamente inelástica al cambio, sino el de un ciudadano que intenta estar informado y al día y para quien resulta difícil, por no formar parte de la gran mayoría de ellas en su día a día, estar al tanto de todas esas evoluciones.

Dentro de ellas, el extraordinario avance tecnológico de estas últimas fechas es el Chat GPT, chat de inteligencia artificial, capaz de entablar conversaciones con otros interlocutores y de crear textos con un elevado número de palabras (imagino a muchos redactores de contenidos tocándose el cuello de su camisa) y con unos parámetros de calidad bastante interesantes.

El uso inmediato y profesional de este avance es evidente y puede proporcionar mucho soporte en determinadas áreas que, en este momento, no llegan a estar cubiertas de manera satisfactoria, si bien, abre muchos interrogantes sobre la ética que debe gobernar su uso, situación sobre la que se deberá legislar de manera clara y firme.

A estas alturas, parece claro que la evolución de especies reside en el lema de “adaptarse o morir”, explicado a través de la famosa frase de Darwin, “No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio”, y, en ello estamos, aunque a mí el lema que siempre me ha llamado la atención ha sido el de “quien resiste vence”, en España, atribuido a Camilo José Cela, aunque, al parecer, tiene su origen en la Roma de Nerón, y que, con el paso de los años (los míos, quiero decir), me doy cuenta de su certeza.

No quiero erigirme como representante de aquéllos que no hacen una interpretación tecnológica de todo lo que nos rodea, pero sí que me resulta curioso, y, a veces, irritante, la cantidad de evoluciones históricas de todo este entorno que, luego han acabado, simplemente en anécdotas o “jarrones chinos”, que diría Felipe González.

Tengo claro que todos tenemos algún ejemplo en la cabeza sobre algún producto, completamente innovador, que ha pasado de la euforia y los titulares al mayor de los olvidos.

Así que, aunque ya ha pasado el mes de enero, sí que tengo como propósito para 2023 tener la mente abierta a la gran cantidad de ideas, desarrollos y avances sin tener la sensación de vértigo ni cansancio, e incluso, me comprometo a prestar atención, como potencial usuario, a todo aquello que me despierte la curiosidad, y, sobre todo, a hacerlo minimizando la ironía que mucho de ello provoca sobre mi subconsciente.

Después de reflexionar sobre todo lo escrito, mi conclusión reside en la rapidez con la que los cambios evolutivos, los desarrollos tecnológicos y los avances en inteligencia artificial y machine learning están teniendo lugar, sin dar tiempo a conocerlos, entenderlos o razonarlos, cuando ya se han visto superados por el siguiente.

Puede que ahí esté mi desazón y mi estrés ante todo ello, porque nuestra sociedad podría caer en la interpretación (el error) de que algo que no es tecnológico o avanzado desde ese punto de vista, pueda ser considerado por la sociedad como obsoleto.

Por Alejandro Ribas, socio de ACFYD Análisis 

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