Si la base es frágil, cuanta más altura mayor destrozo. Por eso dudo de la excelencia profesional sin calidad humana, del CV con mucho currículum y poca vida, de las buenas palabras sin obras equivalentes… Una mala persona puede parecer –pero no ser– buen profesional, como una organización puede gozar de buena reputación (percepción) a pesar de su mala ejecución (realidad). Tanto en lo individual como en lo colectivo acaba aflorando lo que crece dentro.
Trabajar como asesor de comunicación directiva es un privilegio porque, además de disfrutar trabajando, enriquece cualitativa y exponencialmente mi bagaje profesional. Por elemental discreción no puedo compartir casos reales de organizaciones identificables, pero sí resumir aprendizajes útiles y adaptables de estos últimos meses.
Con directivos de multinacionales y entornos multiculturales percibo, aún más, la hambruna de tiempo para pensar, recalibrar la brújula y desconectar (unas horas) el cronómetro. Subrayo el “aún más” porque ese anhelo de sosiego ya es profundo en directivos de pymes, incluso en quienes somos directores generales de nosotros mismos (autónomos).
Priorizar la habilidad directiva de comunicación
El tiempo para pensar está, con matices, al alcance de cualquiera. Eso sí, hay que buscarlo, blindarlo y tener la voluntad de rodearse de personas sensatas a las que escuchar para mejorar. En esa inquietud que mantengo desde hace décadas, este verano tuve la suerte de una deliciosa conversación de 90 minutos con un ministro del primer gobierno de Felipe González. Su calidad humana, que ya intuí cuando coincidimos en un primer encuentro con otras personas un año antes, se reafirmó cuando percibí su interés sincero en escuchar lo que pudiera contarle. Fue curioso porque ese era justamente mi interés inverso: era yo quien quería escucharle. La conexión fue rápida al confirmar que ambos militamos en la búsqueda de la verdad por encima de nuestras legítimas preferencias ideológicas. Una vez más, la verdad se revela como elemento de atracción magnética personal para la comunicación directiva eficaz… y para la cohesión social profunda.
Semanas antes de tan enriquecedora conversación impartí una formación de siete horas para directivos de una multinacional procedentes de varios países. Al margen de su interés previo y su satisfacción posterior, me impactó una petición común de los asistentes: posicionar la comunicación como habilidad directiva prioritaria o dura (hard) y no como secundaria o blanda (soft).
Es síntoma de madurez dar importancia a lo relevante y no dejarse deslumbrar por lo accesorio, aunque resulte vistoso. La formación en lo meramente técnico es más fácil: se necesitan formadores que sepan, que lo cuenten bien y asistentes a la formación que practiquen lo aprendido. En cambio, la formación en hábitos o habilidades conlleva retos añadidos: además de todo lo requerido para lo técnico, se precisan formadores que vivan (o intenten vivir) las virtudes y los valores que transmiten y asistentes dispuestos a comprender, interiorizar y poner en práctica esa formación. El desafío es cualitativamente superior porque los hábitos, por definición, no se improvisan.
Estimulación profunda para cambiar hábitos
Y aquí llegamos a una nueva experiencia repetida con equipos ejecutivos. Me sorprende su sorpresa al descubrir el impacto directivo de la calidad humana: escuchar para comprender, decir la verdad, simplificar lo complejo, no complicar lo sencillo, pedir perdón y otros básicos. Por muy elementales que sean, ninguno de estos hábitos se adquiere ipso facto. Por muy elocuente que sea una formación y por muy inspirador que resulte quien asesora, ningún directivo cambia en siete horas ni en 24. Eso sí, la estimulación profunda puede ser el detonante necesario para querer, premisa clave de cualquier progreso.
Paradigma de este querer avanzar es lo que me ocurrió con una directiva a quien debía formar para que mejorase su eficacia al hablar en público. De las cuatro horas previstas dediqué los 30 minutos iniciales a la premisa que considero clave, escuchar, con todo el reto personal que conlleva interiorizar este hábito. Tras esa introducción al respecto, dediqué las tres horas y media restantes a lo específico para lo que me había contratado: estructura de mensajes, técnica oratoria, comunicación no verbal, uso de presentaciones, etc. Concluidas las cuatro horas, repasó las notas que ella había ido tomando y, para mi sorpresa, su interés se centró en el contenido de la primera media hora (escuchar) y en cómo organizarnos para dar continuidad a ese hábito que, desde entonces, prioriza en su liderazgo.
Aprendizajes similares vengo destilando en estos últimos años con profesionales y directivos de ámbitos tan diversos como energía, automoción, seguros, salud, tercer sector, banca, Administración Pública, etc. No basta con ser buena persona y hacer cosas buenas: hay que hacerlas bien. Por eso la excelencia profesional es la altura que se eleva sobre la base sólida de la calidad humana. El efecto automático es una comunicación influyente.
Por Enrique Sueiro es asesor de comunicación directiva y autor de ‘Mentiras creíbles y verdades exageradas: 500 años de Leyenda Negra’