Son muchas las personas que a lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de observar (a veces padecer) en su condición de jefe. De entre ellas, y al igual que en los amigos de verdad que se cuentan con los dedos de una mano y sobran dedos, pocas son a las que sin reparo alguno las calificaría de líder (condición con la que, por el solo hecho de dirigir, se califica a cualquier persona que se emplee en labores directivas). Una vitola que, dado lo barata de su adquisición, ha quedado despojada de todo halo de excepcionalidad.
He tratado con todo tipo de soberbios, gritones, narcisos, maquiavelos, y merluzos, también con buena gente ¡cómo no! Pero solo en ocasiones he disfrutado de la inmensa suerte de compartir con algunas personas excepcionales.
Personas en las que, dada la grandeza de su condición, el error o el defecto, existiendo, quedaban relegados a un plano de secundaria irrelevancia. Con ello no hago referencia al “líder” que hipnótico y manipulador (el merluzo) subyuga a los que le rodean, sino al que reconociendo en el otro a un igual lo trata como lo que es: una persona completa en su dignidad.
De entre sus cualidades, y evocadas todas a partir de personas que he tenido el honor de disfrutar, me refiero a las que a continuación vienen:
– Son personas ejemplares, que se sienten en la obligación de actuar sobre sí antes que sobre los demás: obligándose no obligan, invitan. ¿Quién no se sentiría respetado con esa forma de actuar?
Fuera caprichos y prebendas, fuera soberbia y egoísmos; la ejemplaridad, como si de una vacuna se tratara los fulmina de raíz. El ejemplo se concreta como una manifestación sutil del lenguaje que nos da pistas del sentir del otro en cuanto a jefe. Jefe, que teniéndose por un igual (como persona) no se siente en el derecho a disfrutar de lo que a otros se les niega.
– Se muestran asertivamente amables. En su natural expresión el buen trato es innegociable. Jamás un grito, jamás un comportamiento soez, ni siquiera una mala palabra. Cuando con ocasión de un mal desempeño llaman la atención, “la ceremonia” de la que se valen tendrá lugar en un aparte que, dando la espalda a toda humillación, permita la recomendación y la enseñanza.
Corregir, en su caso, no se constituye como una prebenda, sino más bien como aquel tipo de obligación que espera sacar del otro lo mejor que hay en él.
– Calmados en la tempestad. Cuando la dificultad se presenta, y en el convencimiento de que la única forma de impactar en los demás se basa en el propio control, se muestran quedos y tranquilos. Controlándose se ofrecen como referente de lo que allí cabe hacer.
La indicación pausada, el consejo tranquilo, el revés para sí; su presencia se plasma a modo de amortiguador de lo que alrededor ocurre. Las olas, rompiendo sobre él, llegan mitigadas a los demás.
– No aparentan ser, simplemente son. Su forma de expresión no conoce de discontinuidades: son uno, en todo momento, lugar y condición. En la familia, con los amigos, en el trabajo.
En su naturaleza no hay espacio para la apariencia ni el engaño. Jamás se escudan en la pobreza de una excusa que deja para sus ratos de ocio aquello que no está bien hacer.
– Evitan imponer pero si deben hacerlo no les tiembla el pulso. En algunas ocasiones, cuando la situación lo requiere, saben ser impositivos. No abusan de una actitud que solo debe encontrar hueco en la excepcionalidad de una circunstancia especial; pero cuando ésta se presenta, no dudan en ejercer lo que por responsabilidad tienen. Sobrepasado el hecho mismo, impuesto su criterio, se harán entender que no justificar.
– No solo saben ser eficaces, que también, sino que son éticos. No se entregan a una eficacia que curse ajena a la ética. Para ellos, conseguir, siendo importante, no se concreta ni de lejos como lo más determinante.
Se afanan en hacer “bien” el “bien”, puesto que hacer “bien lo que sea” no forma parte de su ideario personal.
– Les trae al pairo ser calificados de líderes. La popularidad de un reconocimiento apartado de sus principios y valores, no les interesa. Ante todo son personas que si alguna capacidad tienen es la de inspirar a otros a ser mejores. Ser calificados como líderes solo les produce hastío y fatiga.
Características tan exigentes, son las que hacen que a mi modo de ver sean pocos a los que se les pudiera calificar de líderes; no obstante, al citarlas, debo confesar que me he apoyado en personas y hechos concretos. Personas que, en la medida que así se emplearon, han dejado en evidencia a aquellos otros que siendo merluzos se tienen por líderes.
A mi profesor y maestro: Andreu Collell i Sala