La expresión del logro como resultado de un producto del talento por el compromiso, dejando constancia cierta del impacto que su presencia (la del compromiso) determina en el mismo, pudiera resultar un tanto engañosa.
Y digo engañosa, porque al presentarla como el fruto de un producto, se podría deducir como indiferente el hecho de que fuera la consecuencia natural de un talento sobresaliente por un compromiso escaso o al revés (mucho compromiso por poco talento).
Tan no es así, que un talento, amparado por unos mínimos indispensables, pero determinado por la firmeza de una actitud comprometida, conseguirá logros vetados e impensables para quien, aportando sólo la brillantez, no se empeña en su esfuerzo y dedicación.
El compromiso, como manifestación del carácter que es, se presentará como el más determinante aliado en el que apoyarse para la consecución de metas, logros y ‘utopías’.
Es por ello, que un carácter débil o torpemente constituido, aunque se mostrara adornado de la mejor de las preparaciones, huirá asustadizo de cualquier tipo de reto que le desafíe.
Con el talento, se hace referencia a aquel grupo de potencialidades que, como ser humano, acompañan a la persona en su venida al mundo. Potencialidades que para que alcancen su auténtica dimensión necesitan de la acción (formar, para adquirir conocimiento; y hacer, para proveerse de habilidad en la experiencia) en su desarrollo.
En particular, me refiero a la teoría de las inteligencias múltiples. Siendo así, trataríamos sobre la inteligencia cinestésica, la asociada con el individuo que muestra pericia a través de la expresión habilidosa, sentimental o esforzada de su movimiento corporal (artes plásticas, ballet, deporte…). A la que debiéramos sumar las capacidades intelecto-cognitivas (talentos: gramatical, lógico matemático, asociativo, espacial, y musical) y las emocionales (inteligencias: inter e intra personal).
En cualquier caso, son referencias asociadas con lo corporal, con lo intelectual, y con lo emocional. Potencialidades que adquieren su pleno significado en la acción, en la dinámica que hace posible que las cosas ocurran. El talento, para que tome carta de naturaleza, necesita de los hechos que resulten de la concreción de sus actos.
En la decantación de ambos conceptos -nuestras decisiones- se definirá nuestro particular sello personal. Somos acción; y sin ella nada. Hacer, significa, en su vertiente más determinante, elegir, tomar un camino y transitar por él. En toda elección se concreta la forma en que ejercemos nuestro liderazgo vital.
Pero para que el talento se concrete debidamente, requiere de la fuerza que, anidando en el interior de la persona (sus motivos), debiera estar sometida al código que refiere la ética. Liderar es elegir, de acuerdo con un patrón de conducta ético. Pero por desgracia no siempre es así.
El concepto de compromiso, al concretarse como un triunfo de la voluntad sobre el propio interés o estado de ánimo, presenta como no comprometidas a las personas que sin esfuerzo alguno sucumben de forma reiterada y constante a sus deseos y pasiones.
Tratar sobre el liderazgo apartando de su lado cualquier referencia ética se revela asociado al mayor de los errores. No se trata tanto de ser eficaz como de hacer lo “correcto”.
Chester Barnard, en su obra The Functions of the Executive (1938) ya dejó evidencia escrita de la importancia que la ética tiene en asuntos como el del liderazgo. Entregar el concepto a la sola eficacia nos situaría en manos de lo útil como único objetivo vital. ¿En qué lugar quedaría lo valioso de nuestras vidas?
El liderazgo, necesitado de dos dimensiones: la ética, y la eficacia, no debiera entregarse a los únicos brazos de la segunda con olvido de la primera. Ese el tipo de liderazgo que, no siéndolo, casi todo el mundo piensa que es. El liderazgo eficaz, ni es liderazgo, ni es eficaz.