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En la fase inicial de la empatía, existe un concepto denominado “contagio emocional”, que de manera inconsciente se produce automáticamente en determinados momentos, como por ejemplo, cuando imitamos la voz, las expresiones faciales o los movimientos de otras personas.
Para Pablo Fernández-Berrocal, catedrático de Psicología de la Universidad de Málaga y fundador del Laboratorio de Emociones de dicha institución, “es como si nos sincronizáramos emocionalmente con ese individuo”.
Este efecto emocional es provocado por las “neuronas espejo”, que se descubrieron en los monos primero, y luego en los humanos por los científicos Iacoboni y Rizzolatti. Dado el poder de estas neuronas, las emociones son contagiosas, aunque “no al cien por cien, si existe un lenguaje inconsciente que se comunica y se mimetiza”, puntualiza Francisco Mora, catedrático de Fisiología Humana en la Universidad Complutense de Madrid.
Muchas investigaciones ponen de manifiesto que la alegría se contagia inconscientemente. Una de ellas fue realizada por Guillaume Dezecache para la Escuela de Neurociencias de París. El científico descubrió que la alegría no sólo funciona de tú a tú, sino que se transmite de una persona a otra mediante un intermediario. Por tanto, en el ambiente laboral si esta emoción se despierta llega ser poderosa.
Trabajadores alegres, sonrisa compartida Clic para tuitear
Ambiente de generosidad
Según Sonja Lyubomirsky, profesora de la Universidad de California Riverside y autora del libro “Los mitos de la felicidad«, en el trabajo se genera una mayor generosidad con los demás cuando existen receptores de buenas acciones y observadores pasivos, que de manera espontánea, comienzan a ser generosos con los demás. Esto quiere decir que lo bueno también resulta inspirador.
Sin distinciones
Pero en este contexto, igual que la empatía emocional se contagia también lo hace el miedo, por ejemplo. Según el doctor Mora, este sentimiento segrega una sustancia en nuestro sudor que emite una vibración alerta a los que están cerca.
De hecho, un estudio de la Universidad de Utrech asegura que el miedo y los disgustos son capaces de transmitir señales químicas que envían mensajes de alarma a los demás.
El sistema empático al final no deja de ser una especie de defensa, “que nos permite sobrevivir en miles de situaciones cotidianas”, explica el catedrático de la Universidad de Málaga. En cualquier caso, lo ideal sería marcar cierta distancia con las situaciones para poder regular toda la información que nos llega.
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