La economía del comportamiento, economía conductual o psicología económica combina elementos de la economía y la psicología para comprender cómo y por qué las personas se comportan de una determinada manera en nuestra vida cotidiana. A diferencia de las teorías de la economía neoclásica, donde se asume que la mayoría de las personas tienen preferencias bien definidas y son capaces de tomar decisiones bien informadas basadas en esas preferencias, la economía del comportamiento estudia las diferencias entre lo que las personas deberían hacer y lo que realmente hacen así como las consecuencias de dichas acciones.
Para ello, la economía del comportamiento se basa en observaciones empíricas del comportamiento humano que han demostrado que las personas no siempre hacen lo que los economistas neoclásicos han teorizado como una decisión racional, incluso cuando la persona dispone de toda la información y las herramientas para poder hacerlo. Por lo que la economía conductual considera a las personas como sujetos expuestos a emociones e impulsividad, y que actúan bajo la influencia de sus entornos y particularidades.
Esta visión contrapone con los modelos económicos tradicionales que han tratado a las personas como actores puramente racionales (homo economicus), que logran tener un perfecto autocontrol y nunca se desvían de sus objetivos a largo plazo, o en otros casos, como personas que ocasionalmente cometen errores aleatorios que con el tiempo se cancelan con otros aciertos conseguidos.

La economía del comportamiento ha conseguido por tanto, generar investigación y exploración dando como resultado una serie de principios que han ayudado a los economistas a comprender mejor el comportamiento económico real de las personas. Y es a partir de estos principios, donde gobiernos y empresas pueden desarrollar marcos de actuación para impulsar a las personas a tomar decisiones particulares.
Pero, ¿cuándo nace la economía del comportamiento? Cierto es que esta disciplina se ha expandido a partir de la década de 1980, pero tiene una larga historia: ya que algunas ideas importantes en el campo conductual económico se remontan al economista escocés Adam Smith en el siglo XVIII.
Smith es ampliamente recordado por un concepto clave en la economía clásica y neoclásica al mencionar una «mano invisible» que guía una economía general hacia la prosperidad si cada individuo toma sus propias decisiones interesadas. Pero el propio autor reconocía que las personas confían con demasiada frecuencia en sus propias habilidades (exceso de confianza), tienen más miedo a perder de lo que están dispuestas a ganar (aversión a la pérdida) y son más propensas a buscar beneficios a corto plazo que a largo plazo (autocontrol). Sin saberlo, Smith establecía los conceptos fundamentales de la economía del comportamiento que conocemos hoy en día.
Ya en el siglo XX, esta disciplina da un fuerte impulso gracias al trabajo de los psicólogos israelíes Amos Tversky y Daniel Kahneman, que se centran en conceptos como la incertidumbre y el riesgo. Tversky y Kahneman popularizaron el concepto de sesgo, que definieron como la interpretación errónea sistemática de la información disponible que ejerce influencia en la manera de procesar los pensamientos, emitir juicios y tomar decisiones. En las décadas de 1970 y 1980, ambos autores identificaron varios sesgos consistentes en la forma en que las personas hacen juicios, descubriendo que las personas a menudo confían en la información que se recuerda fácilmente al evaluar la probabilidad de un resultado en particular en lugar de basarse en datos reales, un concepto conocido como la «heurística de disponibilidad».
Daniel Kahneman, que fue el primer no economista en ganar el premio Nobel de economía el año 2002, también popularizó el término ruido para definir el sesgo que conlleva la variabilidad en juicios que deberían ser iguales. El ruido está presente en todas las decisiones individuales y colectivas, y es capaz de producir errores en campos como el de la medicina y la sanidad, la economía, el derecho, la protección infantil o la selección de personal.
Más adelante, en la década de 1980, el economista norteamericano Richard Thaler empezó a basarse en el trabajo de Tversky y Kahneman, para desarrollar sus propias ideas en base a una serie de observaciones que hizo en la universidad y que le llevaron a creer que el comportamiento de las personas no solo se desviaba de los modelos económicos tradicionales sino que lo hacía de manera predecible.
Thaler, ganador del premio Nobel de economía el año 2017 también es conocido por popularizar el concepto «nudge«, traducido como empujón. Para el autor un empujón es una forma de manipular las elecciones de las personas para que tomen decisiones específicas; la famosa pegatina de una mosca en los urinarios públicos o la colocación determinada de ciertos artículos en un supermercado son ejemplos fáciles de empujón. Pero hay que tener en consideración que un aspecto esencial de los empujones es que no son coercitivos ni de naturaleza manipuladora, simplemente ayudan a que la predisposición vaya en un sentido determinado.
Richard Thaler utiliza un término formal para describir una situación diseñada para promover los empujones, y es el concepto de «paternalismo libertario». Es libertario porque preserva la elección individual, pero paternalista porque dicha elección es fomentada o empujada.
La psicología económica ha dejado varios conceptos adicionales a los anteriormente mencionados, entre los cuales podríamos destacar el concepto de racionalidad limitada, base y punto de partida de toda investigación de economía conductual y acuñado por el economista norteamericano Herbert Simon, premio Nobel de economía en 1978. Este concepto se refiere al hecho de que las personas tienen una capacidad cognitiva, información y tiempo limitados, y no siempre hacen la elección correcta desde el punto de vista racional. Esto se debe a que las personas no pueden sintetizar nueva información rápidamente, ya sea porque la ignoran y en su lugar eligen aquello que conocen, o porque no se dispone del suficiente tiempo para investigar completamente todas las opciones.
Otro concepto fundamental de esta disciplina es la de aversión a la pérdida donde se constata que las personas son más reacias a las pérdidas de lo que están ansiosas por obtener de ganancias. Por ejemplo, perder un billete de 100 euros genera una insatisfacción o tristeza superior que la alegría que supone ganar la misma cantidad de dinero. Este es un concepto básico de la teoría de la perspectiva «prospect theory» promovida por Tversky y Kahneman.
El sesgo del comportamiento gregario es otro elemento fundamental que ha marcado no solo la investigación económica, sino también la sociológica, y que señala que la probabilidad de que una persona adopte una creencia es directamente proporcional a que otros ya la tengan, ya que es imposible no derivar nueva información de lo que otros piensan y hacen. Es el conocido seguimiento de las masas y que nos lleva a tomar decisiones en función de lo que hace el resto.
La cantidad de heurísticos, sesgos, ruidos y empujones son tantos como impredecible es el comportamiento humano, por lo que la economía del comportamiento o psicología económica ha pasado a ser un elemento troncal a la hora del establecimiento y seguimiento de estrategias en cualquier empresa o institución. Toda organización está formada por personas que toman cada día innumerables decisiones. Conocer pues, aquellos factores que no nos permiten llevar a cabo los mejores juicios es un tarea crucial para la supervivencia de dicha organización.