El 07 de febrero, el periódico La Vanguardia publicaba un artículo que llevaba por título “El auge las empresas que miden la felicidad de sus empleados”. En él se desarrollaban las bondades de la búsqueda y medición de la felicidad evocada por la empresa en sus empleados.
A lo largo del mismo, se argumentaba la idea de que la empresa que se comprometa con la felicidad de sus colaboradores logrará, como derivada consecuente, un mayor beneficio y rentabilidad. Argumentación que, según mi parecer, debe ser contestada por equivocada y falaz.
En el espíritu de toda falacia se encuentra el engaño que intencionadamente busca el beneficio propio. Generalmente no es el daño (aunque si lo produce no le hace ascos) sino el particular interés su fin último.
Construyamos la falacia
La primera premisa se constituiría a partir de una definición ad hoc del concepto de Felicidad, en este caso quedaría descrita de la siguiente forma: entendemos la felicidad en el trabajo como el estado mental que nos activa a la acción para maximizar nuestro rendimiento y alcanzar nuestro potencial.
Cuando se redefine un concepto, “cosiendo” para ello un nuevo significado a su viejo “cascarón”, no cabe duda de que su esqueleto silábico (en este caso el vocablo felicidad) seguirá destilando viejos aromas de significación previa. Como consecuencia, cuando en el ámbito empresarial se trate sobre la misma, apalancándose para ello en otro alcance bien distinto del primario y original, el nuevo constructo se verá beneficiado de un halo evocador del término en cuestión.
Resituado el concepto en el carril de lo laboral, el discurso tomará cuerpo sobre la base de una proposición (la definición ad hoc) que por axiomática ya no será discutida; y así, una tras otra, irán transitando, por el discurrir de nuestra lectura, sentencias y más sentencias que acabarán legitimando la ensoñación alimentada.
En el citado artículo, y como si de un desfile de moda se tratara, se nos anuncian las bondades de la búsqueda de la felicidad empresarial: “un trabajador feliz es amable, sabe trabajar en equipo y antepone los intereses de los compañeros a los suyos”; “son técnicas muy sencillas de aplicar que no cuestan dinero y aportan mucha rentabilidad”; la felicidad “hoy se aborda desde perspectivas neurobiológicas, sociales, psicológicas y hasta políticas”.
Premisas y más premisas que, sumadas todas a la primera, dotarán de empaque suficiente al hecho de que la empresa pueda arrogarse la capacidad de hacernos felices. Veamos el soporte intelectual de tan sesudas proposiciones.
“Un trabajador feliz es amable, sabe trabajar en equipo y antepone los intereses de los compañeros a los suyos”. ¿No sería más bien al revés? La persona que como consecuencia de su forma de encarar la vida se muestre amable, supedite sus intereses a los de los demás e intente trabajar en equipo, recogerá la felicidad que, por otra parte, se mostrará esquiva a quien la persiga interesadamente.
En todo caso, será el fruto de la cosecha previa; nunca, el objetivo último para una vez alcanzado proyectarse desde él. Al hacer lo adecuado se podrá recoger lo que en modo alguno resultaría factible al revés: hago lo correcto porque soy feliz (razonamiento espurio), en lugar de que soy feliz porque hago lo correcto.
“Son técnicas muy sencillas de aplicar que no cuestan dinero y aportan mucha rentabilidad”. Frase lapidaria que desnuda de su auténtica condición al asunto de la felicidad laboral. Siendo así, y enfocado el tema como una pura inversión mecanicista, se trataría de conseguir un retorno adecuado de la inversión. Te brindamos el mejor de los “nidos” con la intención de que produzcas más y mejor; en caso contrario, el buen trato ya no se plasmará innegociable sino condicionado.
De resultar así, el ser humano no será tratado en su dignidad sino en su utilidad (continuemos para bingo).
La felicidad “hoy se aborda desde perspectivas neurobiológicas, sociales, psicológicas y hasta políticas”. ¿Y las éticas? ¿Para qué tratarlas si el único fin a perseguir es el económico? Lo de menos la dignidad personal – que por supuesto debe emplearse adecuada para que la empresa sea rentable -; sólo importa el rendimiento económico.
Y así una tras otra, y aderezadas todas con alguna que otra verdad: Definir horizontes claros que permitan poder identificarse a la persona; Escuchar a los trabajadores, respetarlos y valorarlos; El buen jefe que procure crear buen ambiente tiene que aprender a felicitar; El principal error que impide la felicidad en su trabajo de los empleados es el estilo directivo. El razonamiento, pleno de hipocresía, quedará consolidado.
Construido el sofisma falaz, solo restará airearlo a los cuatro vientos. Te brindaremos un trato adecuado para que sintiéndote “debidamente cebado de hipnótica felicidad” resultes más rentable.
¿Qué entusiasmo cabe evocar en quien se sabe receptor de un trato amparado en el solo interés, que además resulta ajeno a su dignidad personal? ¡Basta ya de corromper términos y mercantilizar conceptos propiciadores de todo tipo de desventuras! Quien compra recetas sin mayor reflexión recogerá la decepción y el dolor evocado por consejos tan “bien intencionados”.
No es La felicidad sino el compromiso el estado de ánimo que nos activa a la acción para maximizar nuestro… Compromiso que puede cursar ilusionante, responsable o amoroso.
Martin Seligman, padre de la psicología positiva, califica de vulgares y faltos de todo rigor intelectual a aquellos aspectos de la vida que, por placenteros y sonrientes, la sociedad asocia con la felicidad (Aprendiendo a ser felices: capítulo 363 de REDES tve2). Y es ahí, que huyendo de la felicidad impostada se dirige hacia el compromiso y el sentido de la vida.
La felicidad no puede mercantilizarse, no se compra, no se edulcora, no se da; en cualquier caso es un subproducto de la forma en que hemos decidido vivir. Sí, a la búsqueda de la satisfacción laboral del colaborador; no, a la evocación equivoca de un término que lo único que pretende es deconstruir el lenguaje para que finalmente quede vacío de contenido.