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Ni contigo ni sin ti

Las tecnologías digitales forman parte de nuestras vidas, en todas sus dimensiones: profesional, social, familiar, comercial… Desde hace décadas, han generado en nosotros una relación ambivalente de amor y odio. Por una parte, cada vez dependemos más de ellas; por otra, no nos cansamos de señalar los riesgos que entrañan. Nada que genere esta animadversión produce al mismo tiempo tal nivel de adhesión y dependencia. Vale la pena desenmascarar ese punto de hipocresía que late en tanta denuncia sobre los efectos perniciosos de la tecnología, difundidas de forma masiva precisamente a través de canales tecnológicos: son las diatribas contra las redes sociales que se convierten en trending topic en esas propias redes.

Los procesos de transformación digital deben superar diferentes barreras. Algunas son de carácter tecnológico: ¿existen soluciones adaptadas a nuestras necesidades específicas? Otras, tienen que ver con la dimensión económica: ¿disponemos de los recursos necesarios, las inversiones son rentables, en qué plazo? Pero hay otra barrera añadida de carácter cultural: ¿cómo impulsar un proceso de transformación digital que es percibido como amenazador por parte de algunos de los grupos de interés?

Esta visión negativa empaña en ocasiones los procesos de digitalización, que son percibidos como beneficiosos para las organizaciones, desde el punto de vista de la eficiencia y la competitividad, pero no tanto para las personas que trabajan en ellas.

Las tres distopías tecnológicas

En estos años, se han identificado al menos tres tipos de distopías que inducen movimientos de resistencia ante la transformación digital:

  • Distopía del empleo. Consiste en anticipar un futuro en el que la creciente automatización de procesos vaya reduciendo progresivamente las cargas de trabajo, con la consiguiente supresión de empleos. Es la dimensión cuantitativa de esta predicción. Otras personas auguran una obsolescencia prematura de sus competencias profesionales, al no poder adaptarse con suficiente rapidez a las nuevas destrezas que supone trabajar en entornos altamente automatizados. Es el aspecto cualitativo de esta amenaza. Cuando se replica que otros cambios tecnológicos en la historia han creado más empleos de los que han destruido, manifiestan que para ellos no es mucho consuelo un argumento macroeconómico, ya que no se plantean el problema en términos de empleo neto, sino de su propio empleo.
  • Distopía de la información. Hace referencia a la progresiva pérdida de intimidad. La intensa huella digital que dejamos con cualquiera de nuestros actos cotidianos puede llegar a perfilarnos, desde un punto de vista laboral y comercial, hasta extremos sobrecogedores. Quienes alimentan este temor subrayan el carácter asimétrico de las relaciones: el empleador sabrá sobre nosotros mucho más de los que nosotros podamos llegar a saber sobre las organizaciones para las que trabajamos.
  • Distopía del control. La automatización de muchos procesos que afectan a las personas (selección de nuevos empleados, sistemas de recompensas, ascensos, desvinculaciones, etc.) incrementa el temor a que decisiones importantes para nosotros sean tomadas con la fría lógica de un algoritmo, de forma no empática, sin tener en cuenta variables que difícilmente pueden ser parametrizables.

¿Cómo combatir las distopías?

Las distopías cumplen una función en el sentido de que ponen el énfasis sobre posibles amenazas. El principal antídoto contra el desánimo que producen estos agoreros de desgracias consiste en una buena información. Quienes mejor conocen las tendencias en transformación digital nos aportan una visión mucho más favorable, y rebaten el triple desconocimiento sobre el que montan sus previsiones los más pesimistas:

  • Desconocimiento tecnológico. Más allá de lo que sea hipotéticamente posible, los desarrollos reales en el ámbito de la transformación digital están muy lejos de llevarnos a escenarios apocalípticos.
  • Desconocimiento del marco regulatorio. Los poderes públicos son conscientes de los riesgos que entraña una tecnología fuera de control, y tanto a nivel nacional como supranacional definen marcos de actuación en los que no todo lo que es técnicamente posible puede ser efectivamente producido.
  • Desconocimiento de la capacidad humana para adaptarse a nuevos entornos, a lo largo de la historia. Las distopías encierran un cierto pesimismo antropológico, una desconfianza en nuestra habilidad para progresar al ritmo de nuestro ingenio. De hecho, la creciente irrupción de la tecnología en nuestra vida, y particularmente en nuestro trabajo, es una excelente oportunidad para enfatizar nuestra contribución específica como humanos: nos permite descubrir aquello en lo que siempre aportaremos más que el sistema artificial más sofisticado. Es una hermosa paradoja: a más tecnología, más humanidad.

Por José Aguilar, Socio Director de Mindvalue