La gestión de la diversidad es fuente de oportunidades competitivas en las organizaciones. En un mundo convulso, que requiere de talento e iniciativa colectiva, la diversidad en todos los sentidos se erige como la semilla que capacita a las empresas para ampliar sus perspectivas y vencer los frenos que les impiden avanzar y crecer.

Helena López-Casares Pertusa analiza la gestión de la diversidad como fuente de oportunidades competitivas en las organizaciones. Clic para tuitear

La diversidad incluye el respeto, la integración, la tolerancia y la complementariedad de las distintas realidades y situaciones de los profesionales de la organización. Entre la diversidad de variables presentes en la empresa se encuentran las relacionadas con el género, la orientación sexual, las referentes a la edad, las diferencias etno-culturales o de capacidades, competencias y habilidades.

Una empresa diversa tiene una mayor capacidad de visión y, por tanto, una predisposición a la innovación. La razón la encontramos en que la diversidad amplía los esquemas de pensamiento empresarial incidiendo de manera positiva en los siguientes aspectos:

  • Fomento del pensamiento circular y creativo.
  • Capacidad de integración de distintas perspectivas, lo que contribuye a la minimización de conflictos.
  • Desarrollo de habilidades empáticas.
  • Capacidad de llegada a públicos más amplios.
  • Desarrollo de códigos de comunicación adaptados a las distintas diversidades.

Los grupos diversos en las empresas favorecen la calidad de la toma de decisiones, el aumento de las ideas divergentes y multiplican los índices de comprensión hacia un amplio abanico de alternativas. La diversidad aleja la rigidez, el pensamiento único y la rutina, mientras atrae la flexibilidad, el pensamiento reflexivo y el gusto por la creación de nuevas realidades mediante proyectos de innovación.

La innovación surge de la intersección, del multipensamiento y de la confluencia de distintas visiones. La innovación se potencia con la acumulación de experiencias y con las preguntas que nos hagamos de la realidad que nos rodea, fruto de la observación.

Las pymes necesitan ideas, cambios y propuestas de los que surjan proyectos innovadores. El paso de la afirmación teórica a la realidad práctica y tangible para hacer de la innovación un elemento palpable en la empresa requiere de los siguientes tres puntos básicos:

  • Mezclar y combinar distintos perfiles de personas en proyectos, que inciten una mirada nueva, que alteren la linealidad del pensamiento y que muevan a las personas de sus cajas de confort y seguridad. Los equipos multidepartamentales y multidisciplinares, formados, además, por profesionales de distinto nivel y posición jerárquica, dan un enfoque amplio y diverso a los proyectos.
  • Fomentar las reuniones creativas, en las que no exista la presión por dar la respuesta correcta, no haya ordenadores ni distractores, como los dispositivos móviles, y donde esté permitido expresar opiniones y propuestas sin miedo al rechazo.
  • Trabajar el liderazgo empático y desarrollar capacidades relacionales en los líderes de equipo. Las empresas eficientes destacan porque sus líderes son organizados y están orientados a la gestión. Las empresas con espíritu innovador tienen líderes con capacidades de escucha, que fomentan la comunicación y crean oportunidades para compartir ideas, con grandes habilidades relacionales y una alta destreza para la comunicación.

Cuando hablamos, nos expresamos, compartimos y nos relacionamos, nos sentimos recompensados porque estamos cubriendo el patrón de conducta de vinculación, básico en los animales sociales, que activa el aprendizaje colaborativo y el mutualismo, fundamento del espíritu innovador.

Cerebro e innovación

Cada vez que nuestro cerebro aprende, crea circuitos neuronales que nos ayudan a mantener lo que hemos aprendido para poder actuar según las circunstancias. Estos circuitos se refuerzan con la repetición y se consolidan, y se muestran resistentes al cambio. Un cambio implica un reaprendizaje y una reconexión neuronal, lo que supone esfuerzo y concentración. Todo cambio es un reto cerebral porque conlleva un desaprendizaje y dejar atrás patrones de comportamiento y pensamiento que han quedado trasnochados o que son inservibles o insuficientes para las nuevas condiciones del entorno.

El cambio y la innovación requieren de concentración y de atención, dos capacidades cognitivas que requieren de voluntad y abstracción de los distractores. En la actualidad nuestra atención está sujeta a un gran número de distracciones y a una sobrecarga de información y de tareas. En el trabajo pasamos de una actividad a otra de forma mecánica e, incluso, la dedicación a esas actividades se hace de manera automática sin apenas variaciones. 

Los problemas y las situaciones nuevas no se pueden abordar desde los automatismos rutinarios y las comodidades mentales, sino que requieren de concentración y atención. Sólo así se generan una serie de conexiones cerebrales nuevas que son capaces de incrementar los recursos mentales de que disponemos y de superar la resistencia del cerebro al cambio. De esta manera, se abren las capacidades creativas, que son las vías necesarias para que la innovación pueda circular, como han demostrado las investigaciones sobre el funcionamiento del cerebro.

Innovar en la era de la complejidad es desafiar lo establecido y para desarrollar la capacidad innovadora en el ser humano hay que retar lo que se sabe, lo que se controla y lo que se domina, es decir, hay que trascender lo que se conoce y atreverse a hacer de otra manera para llegar a otro lugar.

Gary Hamel, uno de los autores más influyentes en management, establece que innovar es pensar en el futuro y que el error que cometen las empresas es reflexionar sobre el futuro de la misma manera en la que piensan en el presente. Proyectar nuevos escenarios requiere de imaginación y de valentía para romper con lo establecido. Aprender a mirar con otros ojos para apreciar nuevos matices y cambios que aún no se perciben con nitidez, interconectar áreas cuyo nexo no es evidente o alterar un proceso para ofrecer algo nuevo son capacidades superiores del ser humano que se activan mediante un ambiente enriquecido y diverso, la puesta en marcha de nuevos métodos de trabajo y el cambio de las creencias que se tienen de la realidad. 

Las creencias que dieron lugar a las empresas y organizaciones de principios del siglo XX ya no sirven para crecer y competir en un mercado veloz, complejo, global y digital. Es necesario, por tanto, revisar y desarticular las creencias creadas en el antiguo paradigma, ya que son ellas las que fortalecen los hábitos de comportamiento antiguos, sustentados en redes neuronales consolidadas, y que ya no tienen validez. Derribar las opiniones arraigadas es el gran reto que las pymes tienen por delante, si desean entrar en las coordenadas de la innovación del siglo XXI. 

Más allá del tamaño, de los recursos y de las capacidades presupuestarias de una organización, la innovación implica nuevas y diversas formas de ver que cuestionen los dogmas internos de las empresas y desafíen de manera constructiva la ortodoxia que ha marcado las reglas del juego del entorno.

Por Helena López-Casares Pertusa, Doctora en Neurociencia Cognitiva de las Organizaciones. Universidad Nebrija

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