¿Alguien sabe realmente qué es la motivación?

En un giro más que habitual, cuando de motivación se trata,  se hace referencia a aquellos aspectos de la misma que se conocen como sus componentes esenciales: extrínsecos e intrínsecos, dejando para el olvido una tercera  dimensión que resulta  exclusiva del modelo antropológico: la trascendente. De una u otra forma, y en cualquier caso, rara (muy rara) es la ocasión en la que se entrelazan los asuntos propios de la motivación con  los del conocimiento y de la obligación ética.

En los modelos mecanicistas, aquellos que contemplaban al individuo como si de una máquina más se tratara, se buscaba impactar en el ser humano a partir de relaciones fundamentadas en lo puramente transaccional y por tanto condicionado: si haces, si consigues, si logras…recibirás a cambio; en caso contrario nada.

Se adivinaba en lo extrínseco al  único motor de conducta: alguien, ajeno al “productor”, definía una meta que de alcanzarse supondría el devengo de lo previamente pactado. En dicho escenario, se desarrolló un modelo de liderazgo que más tarde dio en llamarse transaccional. Liderazgo, que no adivinaba en la persona otra dimensión  que no fuera  la propia de un cuerpo capaz de producir.

Más tarde, con Maslow, Herzberg, y Mc Gregor, entre otros, se fraguaron los límites de un modelo  (el psicosociológico) en el que, además de lo extrínseco,  se daba cancha a otro tipo  de pulsiones de imposible evocación ajena: las intrínsecas. El afán de aprendizaje, de control, de  satisfacción por el logro perseguido, de autonomía… nada tenía que ver con lo que desde fuera se pudiera ofrecer.

Con sus mimbres se trenzaron las bases del liderazgo transformador. En él,  además de la transacción, se buscaba evocar el atractivo por un  desempeño en el que se pudiera dar expresión adecuada a particulares  talentos y emociones. La eficacia, de nuevo, como objeto del deseo.

¿Quién no reconocería en la mayoría de las Políticas de Felicidad Laboral a los dos modelos anteriores? Procuremos la “felicidad” (impostada felicidad) de nuestros colaboradores para que así  produzcan más y mejor (pura transacción). Como si la felicidad se pudiera comprar o evocar.

En ninguno de los dos modelos anteriores, por incompletos, se logró recoger la esencia de lo humano; fue de la mano de Juan A. Pérez López (profesor del IESE) que surgió la aproximación antropológica;  en ella, y reconociendo la existencia de las dos pulsiones apuntadas, se añadía otra: la  trascendente.

Como consecuencia, todo impulso motor se plasmaría como la resultante vectorial de una fuerza compuesta por tres dimensiones: extrínseca, intrínseca, y trascendente. En la trascendencia, se procura que el resultado de nuestros actos en el otro se signifiquen como un bien para él. A lo condicionante de lo extrínseco, y  disfrute de lo intrínseco en su fluir de conocimiento y habilidad,  se añadía, por fin, lo afectivo de lo trascendente.

De ahí que el concepto de liderazgo, mutando hacia la  trascendencia, no reconozca como líder a quien solo rinde tributo a lo eficaz.

El conocimiento y la motivación

¿Alguien sabe realmente qué es la motivación?Llegados a este punto, resultaría conveniente clarificar que la pulsión sentida por la persona, en aras a emprender acciones encaminadas a la satisfacción de sus necesidades, y la motivación, no son la misma cosa.

El impulso, se materializaría como  la composición de la motivación atemperada por el conocimiento. En notación matemática: motivación + conocimiento = impulso

Dentro del conocimiento cabría señalar la existencia de tres posibles matices: el especulativo (se  sabe, con mayor o menor aproximación, el previsible resultado de una acción -apreciación intelectual-); el operativo (se conoce y se tiene la habilidad necesaria para acometerla); y el afectivo (se siente, por evocación, cómo seremos afectados por ella -alegría, tristeza, alivio, placer…apreciación emocional-).

A resultas de ello, es por lo que en el ser humano caben comportamientos contrarios a la pulsión que, sentida, le intenta apartar de conductas tenidas por superiores; tal sería el caso de quien obrando por deber o compromiso, se entrega a los demás aún a riesgo de poner en peligro su propia vida (la pugna entre el afán de supervivencia -afectivo- y lo que por compromiso se ha empeñado –especulativo-).

Muchas de las acciones que emprende el ser humano, dimanan del conocimiento especulativo y responden a valores de índole superior (al no contar con experiencia previa, el conocimiento afectivo nunca podría ser evocado). ¿Cómo encontrar motivo por lo que se ignora de su existencia?. Este tipo de comportamientos resultan extraños al reino animal que sólo atiende a lo sentido y no especulado.

Con el concepto motivación no sólo se hace referencia al impulso que nos  acerca a lo  deseable y atractivo, sino que también, y fundamentalmente, a lo que, por  responsabilidad, sentido del deber  o entrega amorosa, nos hemos dado como modelo de vida.