Agustín de Hipona (354-430), extraordinario testigo del doloroso prólogo de la caída del imperio romano de Occidente, se preguntaba: remota itaque iustitia, quid sunt regna nisi magna latrocinia? Si se elimina la justicia (la ética), ¿qué es un Estado (un gobierno, una empresa), sino una gran banda de ladrones?
Esta punzante cuestión puede plantearse también sobre múltiples figuras. Por espigar algunos de los más inicuos: Federico II Hohenstaufen (1194-1250), Felipe el Hermoso de Francia (1268-1314), Robespierre (1758-1794), Napoleón (1769-1821), Lenin (1870-1924), Stalin (1878-1953), Hitler (1889-1945), Mao (1893-1976), Pol Pot (1925-1998)… Acopiaron dos características: un monumental egoísmo y codicia, a la vez que un profundo desprecio por el resto de la humanidad, en la que solo distinguían una genérica masa a la que manipular en exclusivo beneficio de su camarilla o nomenklatura. Cada uno, esto sí, parapetado detrás de un álibi: un hilarante provincianismo, un risible supremacismo, la raza, la conjeturada recuperación de la dignidad perdida, una presunta fraternidad universal donde solo caben los propios, etc.
Javier Fernández Aguado analiza la importancia de recuperar la ética organizativa. Recuperar la ética en las organizaciones no es una guinda en un pastel. Sin referentes morales, las entidades mercantiles, financieras o políticas se transforman… Share on XCabría pensar que tan aviesos verdugos no tendrían lugar en el siglo XXI. Sería un error. A pesar del desarrollo científico y tecnológico, de la hiper conectividad y de otros factores, se multiplican timoneles ignominiosos. Mencionaré a dos contemporáneos muy dañinos.
Mantengo amistad desde hace tiempo con numerosos venezolanos, conocidos algunos en mis viajes a ese maravilloso país y unos cuantos huidos a España o a otros lugares como consecuencia de la atroz satrapía comenzada por el gorila rojo y heredada y consolidada por un monstruoso, ignorante e inmaduro conductor de autobús. En cierta ocasión, me explicaron el porqué de la triste situación que padece ese pueblo mártir:
-Para conseguir sus objetivos casi todo el mundo tiene límites. Algunos son morales; otros, de mera educación; a veces, de carácter legal… Quienes han destrozado Venezuela no tienen ninguno. Si millones de ciudadanos empobrecidos emigran, con los sufrimientos que eso comporta, los responsables de esa narcodictadura se alegran, porque así afrontarán menos oposición.
Cuando garabateo estas reflexiones, la humanidad vive con el corazón en un puño al avistar las atrocidades de un nuevo Atila, Putin, que está mostrando que la técnica sin ética es siempre perversa. Su coartada no es diversa de los criminales citados, una mezcla de aborrecible psicopatía, peliagudo nacionalismo, abominable avidez y… siniestra estupidez. Sorprende solo a los ingenuos que ridículos franquiciados oportunistas del comunismo salgan en defensa de ese neurasténico.
Semanas antes de que comenzase la indigna invasión de Ucrania, cayó en mis manos el libro Trayectoria manipulada (El Club de la Niebla, 2022). Entre los aspectos fascinantes de ese breve trabajo se cuenta que ha sido escrito por dos autores en el entorno de los doce años -Enrique Fernández de la Torre y Javier Chaquet Rivero-, que comenzaron a redactarlo cuando solo acopiaban una decena de vida cada uno. En los primeros compases del texto aparece un militar ruso, carente de escrúpulos, dispuesto a cualquier cosa para lograr sus metas, aun a costa de la vida de sus competidores. En este caso, los pilotos de la nave, Enrique y Javier.
Es llamativo que, en el ideario de muchos, incluidos los prosistas del volumen al que me refiero, quede netamente claro que el siniestro es un comunista. Coincide esa apreciación con la realidad que estamos contemplando, porque la invasión no parte tanto de una bufa xenofobia, sino del sustrato comunista de Putin. Lenin pilotó la invasión de Jarkov en 1921 y provocó en Rusia una primera hambruna con cinco millones de fallecimientos. Stalin le imitó en Ucrania con el Holodomor, batiendo la marca de su predecesor y subiendo la cifra a seis millones de muertos. Un siglo de dictadura y una década después de titubeante democracia, nos encontramos -si Dios no lo evita- en los albores de semejantes desastres.
Lo más aterrador del Putin nacionalista es el Putin comunista. No por casualidad, el allanamiento de Ucrania cuenta con el respaldo fanático de Venezuela, Cuba y de los demás marxistas del planeta.
Recuperar la ética en las organizaciones no es una guinda en un pastel. Sin referentes morales, las entidades mercantiles, financieras o políticas se transforman en infamantes palancas contra la criatura humana. Contemplar cómo un millonario actor justifica las malandanzas sanguinarias de un político produce arcadas. Únicamente quien no tiene entrañas y atesora una descomunal egolatría y una desmesurada carga ideológica que le impide razonar puede obrar de ese modo tan detestable.
En Trayectoria manipulada, frente a las iniquidades del comandante Strogoff, se abren camino los dos protagonistas, dispuestos a indecibles sacrificios con tal de no traicionar sus principios. Ellos creen en los individuos, no son arquitectos sociales. Sin aspavientos, pero con valentía, acaban por encontrar salida a las sucesivas incertidumbres en las que van viéndose involucrados.
La ética, los valores, los principios, las creencias no son un conjunto de piedras que acumulamos para descalabrar a quien no piensa como nosotros. La ética es la ciencia artística que permite que el hombre camine hacia la felicidad. En ese sendero, el narcisismo ha de quedar arrumbado, porque solo cuando avanzamos hombro con hombro con otras almas hacia cimas elevadas logramos objetivos valiosos para el equipo. La ética es el espejo en el que con frecuencia debemos mirarnos para preguntarnos con sinceridad: ¿soy decente?
En un mundo en el que desafortunadamente muchos países han caído en manos de chóferes locos, como los alemanes con sentido común designaban a Hitler, hemos de defender las instituciones que nos protegen de nuestras propias fragilidades. Y de los injustos ataques de terceros.
Ante los sucesos que estamos contemplando, se refuerza la evidencia de que la ética no es un capricho, ni un opcional, sino componente insoslayable de toda persona y colectivo. Reclama, por cierto, coherencia y congruencia, porque no sirve imitar a Scheller cuando el docente alemán afirmaba que él era como una señal de tráfico, que indicaba donde había que ir, aunque él no emprendiese el camino. Eso puede servir quizá en matemáticas, pero no en la principal asignatura que todos afrontamos: llegar a ser lo que podemos ser, en servicio de los demás.
Por Javier Fernández Aguado, Socio Director de MindValue