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Imagino que a todos se nos ha pasado alguna vez por la cabeza la razón por la que unos deportes calan en el imaginario común y otros, sin embargo, no salen de un círculo reducido.

En realidad, ese pensamiento gira en torno a las razones por las que el fútbol domina sobre el resto en el corazón de los aficionados.

Y si tenemos que buscar una, simplificada, parece clara: es el deporte que, en su desarrollo, ha encontrado la máxima conexión con la sociedad, pero, ¿hasta qué punto podemos pensar en que tenemos la versión del deporte que merecemos, y, por tanto, de sociedad?

Si compro este último argumento, realmente, debería finalizar aquí la reflexión, y no intentaría comparar el fútbol con otros muchos deportes que, a diferencia de él, sí que buscan ir más allá de considerar al deporte como una competición y un resultado, sino como hábitos y valores que podemos incorporar a nuestra vida y que nos pueden ayudar, como palancas, a desenvolvernos por ella.

Así que, he jugado un poco a la distopía, y he pensado que, al despertar, una mañana de lunes, me doy cuenta de que el deporte rey es el rugby, que, por la calle, los chicos llevan el polo de rugby de los All Blacks, con el nombre de su capitán, Sam Cane, o la de la Irlanda del extraordinario Johnny Sexton.

El rugby, que, por cierto, el pasado 28 de octubre finalizó su Campeonato del Mundo, un auténtico espectáculo, tanto de deporte como de evento. Un campeonato que, aunque en España pasó casi desapercibido, es el tercer evento deportivo con mayor seguimiento en el mundo, tras los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol.

No soy un experto en rugby, ya me gustaría, sólo un aficionado de lejos, pero, a nadie suena raro que es un deporte en el que el contacto forma parte esencial del juego, con unos códigos y valores marcados de forma muy férrea que sus practicantes, y su público, no sólo llevan a gala sino que predican con el ejemplo: Integridad, pasión, solidaridad, disciplina y respeto.

Y muchas de las tradiciones que tiene este deporte giran en torno a cultivar sus valores. Las más conocidas, por su singularidad, serían:

  • El pasillo: El equipo ganador hace el pasillo al perdedor, y, posteriormente, es el equipo perdedor el que le hace pasillo al ganador, una suerte de respeto hacia el rival.
  • El tercer tiempo: Compartir con todos la celebración del final del partido, en muchas ocasiones, incluido el árbitro, y entendiendo que el evento que ha tenido lugar no deja de ser deportivo y que acaba cuando el árbitro lo da por finalizado.

Yo, a nivel individual, me quedo con la importancia de un valor fundamental de este deporte respecto a otros deportes de equipo: El respeto, en dos vertientes:

  • Al árbitro: Como autoridad, entender el error como parte del juego, el tratamiento de señor, el hecho de que sólo los capitanes sean los que pueden hablar con él, concederle al juez, el papel real de juez.
  • Al rival: Considerarlo como oponente, y no como enemigo.

Por tanto, en mi distopía, los aficionados iríamos con la camiseta de nuestros ídolos del rugby sin importar el estadio al que fuéramos, cuando saliera el equipo rival al campo, le aplaudiríamos, y al finalizar el partido, les haríamos el pasillo, en reconocimiento a su esfuerzo y a que, al ser un deporte, toda la competencia queda en el campo, e incluso, tomaríamos todos juntos una cerveza o un refresco, incluido el árbitro, porque supone la figura máxima del partido y todos le debemos el respecto que se le supone, y a todo ello, se podría unir el público ya que, el deporte, para el aficionado, no va más allá de ser un entretenimiento.

Con todo ello simplemente quería poner de manifiesto que en el deporte existen otras realidades, que se puede aprender mucho de aquél que tenemos al lado, que se puede copiar todo lo bueno que tiene, y que todo ello, es cuestión de esfuerzo, pero también de actitud, porque el primer paso, y que todo ello puede acabar devolviéndosele a la sociedad.

Por último, casi como distopía de la distopía, entender que el deporte puede ser otro de los pilares que refuercen los valores de nuestra sociedad, que ayuden a mejorarla, y que no nos acabemos quedando con la idea de que es, simplemente, una extensión de nuestra sociedad.

Cuesta trabajo imaginarlo, ¿verdad?

Por Alejandro Ribas Pérez, Socio de Acfyd Análisis.

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