Empresas y economía en la era de la complejidad

Una empresa es el compendio estructurado y con sentido de una serie de intenciones sensatas de un emprendedor para transformar la sociedad y generar un valor.

Empresas y economía en la era de la complejidad, por @helenacasares. Clic para tuitear

Esa generación de valor tiene una vertiente interna, que se traduce en rentabilidad y en desarrollo para la comunidad de personas que conforman el proyecto; y otra vertiente externa que se transforma en un producto o servicio que cubre una necesidad, soluciona un problema, mejora o simplifica algún aspecto de la vida, crea bienestar o produce una innovación.

Las empresas son sistemas abiertos que están en constante relación con su entorno y con las circunstancias del contexto en el que se hallan inmersas. La evolución de los proyectos empresariales está influida por el escenario vigente en cada momento. Si bien es cierto, que un emprendedor puede manejar más variables de las que parece y que puede influir de manera directa en las circunstancias de su negocio, también es cierto que nos hallamos en un mundo interconectado, relacionado y conformado por un entramado de variables que se entrelazan como una red y componen un tablero de ajedrez cuyas piezas realizan movimientos no previstos e insólitos, lo que complica las reglas del juego de los negocios.

Las variables del entorno que afectan a las empresas se engloban en dos subgrupos, el microentorno, que conforma los factores específicos que tienen una influencia directa en la organización, como los comportamientos de los clientes o los movimientos de la competencia; y el macroentorno que incluye los elementos generales que afectan a la toma de decisiones estratégicas como las variables económicas, políticas, demográficas, medioambientales, socioculturales, legales o tecnológicas.

Los elementos de ambos entornos se afectan los unos a los otros y están en constante interacción y evolución, siendo ésta una de las características más importantes de la era de la complejidad. Los emprendedores han de conocer y analizar los entornos y sus variables para realizar un encaje entre sus negocios y el escenario en el que se desarrollan, para adaptarse y para responder a los cambios.

Sabemos que montar un negocio es una aventura de riesgo y que para abordarla un emprendedor debe desarrollar una mentalidad valiente con visión global, creadora de valor y de riqueza, equilibrada, centrada en oportunidades y atenta al cálculo de los riesgos que se puedan presentar y a las consecuencias que se derivan de ellos. Un emprendedor, por tanto, ha de prepararse para un escenario exigente en el que la variable estrella es el cambio.

Sin embargo, también hay que considerar que el telón de fondo de las políticas gubernamentales puede ser elástico o rígido. La elasticidad ayuda a la expansión económica y empresarial, mientras que la rigidez ensombrece las posibilidades.

Un escenario incierto, lleno de dudas y sembrado de ambigüedades no es un buen abono para el terreno de los negocios. La empresa necesita certezas, seguridad, estabilidad, palabra y compromiso.

El legado del siglo XX

El siglo XX fue un periodo dinámico, lleno de modificaciones y transformaciones, en el que asentaron las bases de arranque de lo que ahora es el siglo XXI. Hemos pasado de la sociedad de la mano de obra a la del conocimiento, de la localidad a la globalidad, de las relaciones cercanas a las relaciones lejanas, de lo físico a lo digital, de lo complicado a lo complejo, de la competencia a la hipercompetencia. Estos cambios han abierto un capítulo nuevo en el que se busca el cambio y se comprende que el riesgo es inherente a los negocios. En este sentido, los profesionales de empresa saben que deben ampliar sus miras porque en un entorno turbulento se requieren gafas de visión futura.

El efecto incertidumbre tiene una vertiente creativa en los negocios y en la vena creadora cuando tanto emprendedor como intraemprendedor son conscientes de que el exterior cambia y desea ser parte activa de esas transformaciones y liderar tendencias. Este fenómeno se dio a partir de los años 80 del siglo XX, cuando la evidencia del surgimiento del nuevo paradigma tecno-económico en el que estamos se vislumbraba con claridad. Este nuevo modelo estaba basado en la innovación y los principales actores empresariales querían ser parte de él y aportar novedades disruptivas.

Este tipo de incertidumbre creativa tiene un efecto de atracción y de desarrollo del talento, impulsa el ingenio y desarrolla la volubilidad o la capacidad para desapegarse de lo que funciona, de lo establecido y cambiar de mentalidad, siempre con un fin ético y común.

Pero cuando la incertidumbre se crea y se genera por falta de coherencia, de rumbo, de sentido, de lógica y carencia de intereses colectivos, lo que aparece es el bloqueo y, como consecuencia, las capacidades para el desarrollo se esconden en un caparazón presas del temor al entorno.

El siglo XX nos ha mostrado a lo largo de distintos episodios que los contextos en los que había demasiada intervención política y económica no sirvieron para el progreso, que generaban desigualdades, pobreza, falta de oportunidades, que mataban cualquier atisbo de iniciativa y ahogaban las ilusiones.

Las empresas necesitan oxígeno, campo abierto para su crecimiento, consenso en las iniciativas laborales, económicas, legislativas y empresariales, y son las democracias liberales fuertes y firmes las que permiten que se promueva el espíritu emprendedor y se creen empresas que potencien sus habilidades para lidiar en un macroentorno incierto.

En el mundo global se necesitan apoyos, no obstáculos; se necesitan plataformas y lanzaderas, no frenos; se necesitan líderes auténticos e íntegros con valores éticos y morales.

La Administración como garante del progreso

La principal función y la gran responsabilidad de la Administración es la de alisar el camino y retirar las piedras para que se pueda dar la innovación, para que un país pueda progresar y sus habitantes prosperar. La Administración debe garantizar la evolución y asegurar entornos colaborativos y sostenibles para que las empresas creen puestos de trabajo.

El coste de oportunidad en la ralentización de la toma de decisiones estratégicas y en la pérdida de inversiones puede una factura aún difícil de cuantificar, pero afectará a la creación de empleo y a la inversión, tanto a la nacional, como a la procedente de otros países, lo que tocará la salud de nuestra economía, dañando nuestras defensas inmunológicas en un momento también incierto desde el punto de vista de la economía global.

El relevante cambio de esquema

Es por ello que se hace necesario reorientar nuestros modelos de negocio para que sean más flexibles, rápidos y competitivos; modelar las estructuras organizativas para que sean más ligeras y ágiles en la toma de decisiones; así como fomentar al conocimiento como nuevo capital estratégico. La empresa del siglo XXI debe superar el esquema clásico de gestión, caracterizado por el control y la planificación férrea, y dar un salto cuántico hacia un modelo que potencie la innovación, la creatividad, el aprendizaje de los errores y la mejora continua, en el que se conviva con el equilibrio de etapas de mayor calma y certeza con el desequilibrio propio de tiempos convulsos e inciertos.

Por Helena López-Casares Pertusa
Doctora neurociencia cognitiva organizacional
Universidad Nebrija

Para estar al día de las últimas noticias y tendencias en management, 
suscríbete a la newsletter Dir&Ge